El último huapango
Música: Ramón Pastor. Letra: Juanjo Castelló
Dos noticias me sobresaltaron aquel caluroso cinco de agosto (paradójicamente el día de la Virgen de las Nieves) de 2.012. La primera de ellas rezaba: “Dos frentes avanzan sin control en un voraz incendio que se ha producido en la isla canaria de La Gomera, afectando al Parque Nacional de Garajonay”. En total, se quemaron más de cuatro mil hectáreas (el 11% de la superficie insular), una verdadera catástrofe humana, económica y medioambiental.
La segunda me causó una profunda tristeza. Había muerto Chavela Vargas, en Cuernavaca (México): una auténtica tragedia para todos los enamorados del arte verdadero, del arte que nace del hondo sentimiento y se trasmite a través de los sentidos hasta alcanzar la sensibilidad del espectador o del oyente. Pocos han conseguido hacernos llegar desde tan adentro sus canciones, sus historias, su mensaje, como lo hizo Chavela. Pocos han conseguido conmovernos, en el sentido estricto del témino, como lo hiciera la Vargas.
El desasosiego no me dejó dormir aquella noche. A las tres de la madrugada y casi de un solo tirón, escribí unos versos (no sé si merecen esta denominación) que dediqué a Dolores Mesía, esposa y madre de artista, además de buena amiga mejicana. En ellos, trataba de evocar las dos desgracias acontecidas en La Gomera y en Cuernavaca aquel triste cinco de agosto.
Unos meses más tarde, caminando por el Paseo de Recoletos de Madrid, empecé a tararear inesperada e inconscientemente a ritmo de huapango las palabras que escribí en la noche aciaga del cinco de agosto. Mi sorpresa fue tal que llamé a mi amigo Joan Iborra para contarle y cantarle, a través del teléfono móvil, este inesperado suceso.
Poco después, puse el poema y la vivencia en manos de Ramón Pastor, quien le dio la forma musical definitiva.
Así nació El último huapango, como humilde y espontáneo homenaje a Chavela Vargas.
Noche ardiente en la Gomera.
Noche triste en Cuernavaca.
Cruje el fuego en la ladera.
Canta el dolor en su estancia.
Todo el mundo la venera.
Todo el pueblo la acompaña.
La “llorona” con su llanto.
“Macorina” con su mano.
¡Ay, dama de poncho rojo!
¡Ay, mujer de pelo cano!
Que calló la voz de plata.
Que se fue Chavela Vargas.
Que calló la voz de plata.
Que se fue Chavela Vargas.
La amargura se respira
en la tierra mejicana.
París y Madrid se abrazan
despidiendo a la Chamana.
Y en la plaza Garibaldi
a las dos de la mañana
sonaron cuatro balazos
como Jiménez cantara
los mariachis y las voces
de Eugenia, de Lila y Tania.
Que calló la voz de plata.
Que se fue Chavela Vargas.
Que calló la voz de plata.
Que se fue Chavela Vargas.
¡Ay, dama de poncho rojo!
¡Ay, mujer de pelo cano!
Que calló la voz de plata.
Que se fue Chavela Vargas.
Que calló la voz de plata.
Que se fue Chavela Vargas.